Diccionario biográfico de Chile ed. IX p. 1071. Pablo Rodríguez Grez (Santiago de Chile, 20 de diciembre de 1937) es un abogado en 1962 y político chileno. Alcanzó notoriedad pública durante el gobierno de Salvador Allende (1970-1973) al fundar el grupo armado Frente Nacionalista Patria y Libertad como contrapartida a los grupos de extrema izquierda. Su padre, Manuel Rodríguez, fue director de la Escuela de Artes y Oficio. Se suicidó luego de que la Contraloría iniciara un sumario en su contra. Desde entonces, Pablo Rodríguez usa una corbata negra como luto. En su juventud fue de tendencia radical, para después volverse anticomunista y contrario a los partidos políticos. En 1970, cuando el Congreso debía ratificar la elección de Salvador Allende como Presidente de la República, Rodríguez fundó el Comité Cívico Patria y Libertad, núcleo de lo que después sería el movimiento FNPL. Luego del "Tanquetazo" de junio de 1973, Pablo Rodríguez debió asilarse en la embajada de Ecuador con otros tres dirigentes de Patria y Libertad por su responsabilidad en el hecho. Vivió dos meses en Quito, y volvió a Chile en forma clandestina desde Argentina poco antes del 11 de septiembre. Al iniciarse el régimen militar del general Augusto Pinochet, Rodríguez disolvió Patria y Libertad y optó por apoyar al nuevo régimen en el ámbito jurídico, si bien discrepaba abiertamente de su política económica. La postura de Rodríguez al respecto era de corte corporativista. En 1983, con la apertura política del ministro Sergio Onofre Jarpa, Rodríguez fundó junto con otros ex dirigentes de Patria y Libertad el Movimiento de Acción Nacional (MAN), de corta vida. Entre 1988 y 1989 fue pre-candidato presidencial. Se tituló de abogado de la Universidad de Chile en 1962. Es miembro del Colegio de Abogados de Chile. Tras el inicio de una serie de querellas contra el general Pinochet a fines de la década de 1990, que desembocaron en varios juicios en su contra luego de su regreso desde Londres en 2000, Rodríguez fue su abogado hasta el momento de su fallecimiento en diciembre de 2006. Además de intentar acreditar la inocencia del general Pinochet en los delitos por los que se le acusaba, la estrategia judicial de Rodríguez incluyó alegar la prescripción de aquellos delitos, y también certificar que el estado de salud del general le impedía ser sometido a proceso. Actualmente es socio de la oficina de abogados Rodríguez Vergara y Compañía. Desde 1978 fue profesor de la cátedra de Derecho Civil en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, donde fue elegido como mejor profesor por los egresados de los años 1986, 1988, 1989 y 1991. Sin embargo, cuando en 1997 se le propuso ante el Rector como Decano de la Facultad, un movimiento estudiantil impidió este nombramiento en rechazo a su posición política, luego de lo cual Rodríguez, junto a varios otros profesores del ala más conservadora (como Rubén Oyarzún, Rubén Celis, Eduardo Soto Kloss, Ramiro Mendoza y Ángela Cattan, entre otros), dejó definitivamente la Universidad de Chile. El Rey ha muerto, viva el Rey Chile se sumará a las celebraciones... “A la gente le encanta ver infidelidades” No son muchas las series con formato... Llega legado inédito a embajada chilena en EEUU La sede diplomática acondicionó una... Domingo 17 de julio de 2005 Sus últimos clientes pagarán una multa de 150 millones de dólares Los costalazos de Pablo Rodríguez Sobreviviente nato, nunca llega. Fue fundamental para derribar al Gobierno de Allende, pero quedó fuera del entorno íntimo de Pinochet. Conocido como gran litigante, pierde casos históricos, y siempre vuelve al ruedo con aire de vencedor. Nacion Domingo Felipe Saleh Dicen que todas las noches el abogado Pablo Rodríguez toma una pastilla para dormir. Es probable que esta vieja costumbre para aquietar una cabeza llena de fervores se haga más necesaria ahora, cuando parece estar cerca del fracaso más grande de su carrera, según dijo él mismo en una entrevista la semana pasada. El viernes 15, el pleno de ministros de la Corte Suprema le asestó un duro golpe al ratificar el fallo contra tres de sus clientes, ex ejecutivos de la empresa eléctrica Enersis, entre ellos José Yuraszeck, su antiguo compañero de aventuras anticomunistas en los años 70. La resolución se suma a los repetidos y notorios fracasos del abogado en sus intentos por evitar que el ahora casi solitario ex dictador Augusto Pinochet fuera despojado de su fuero parlamentario para enfrentar a la justicia. Prestigiado litigante, Rodríguez se abre paso en los laberintos judiciales como lo ha hecho en la vida: con artimañas de superviviente. En ambos casos -Pinochet y Yuraszeck-, su estrategia no tiene nada que ver con la médula, sus clientes no son inocentes ni culpables, sino sujetos a merced de sus recovecos legales. Así como Pinochet es invariablemente un viejito senil que no puede ser juzgado, para Yuraszeck el abogado intentó anular la sentencia a través de una queja disciplinaria contra uno de los ministros de la Corte de Apelaciones. Rodríguez, esforzado hijo de un profesor de castellano y filosofía, radical y efímero ministro del Presidente Gabriel González Videla, se formó en el sistema de educación pública, gratuita, construido en el esplendor de los gobiernos radicales, en el Internado Nacional Barros Arana, allá al costado de la Quinta Normal, y en la Universidad de Chile. Ha intentado toda su vida, con relativo éxito, estar donde debía estar, cerca de la gente de cuna respetable y poderosa, a la que admira. Cerca, sí, pero nunca dentro. Y a pesar de su prestigio como experto en Derecho Civil, respetable académico y combativo litigante, es un hecho para casi todos los abogados del foro que, en la mayoría de las contiendas de alta notoriedad pública, Rodríguez ha caído derrotado. El bombero El sábado 16 de octubre de 1998, las oficinas de la Fundación Pinochet fueron presa de la histeria colectiva. El general en retiro había sido arrestado en Londres, donde había viajado días antes con pasaporte diplomático. El ápice de cordura que quedaba parecía escrito en la libreta de una secretaria: el número de teléfono del abogado Pablo Rodríguez, código posible para escapar de una situación desesperada. El jurista es cercano a la familia Pinochet desde su primer encuentro formal en marzo de 1974, un premio a su incansable trabajo como líder del grupo de ultraderecha Patria y Libertad, una especie de brazo paramilitar de la oposición al Gobierno de Salvador Allende. Esto no le valió influencia, sin embargo. Por un lado, Pinochet tenía la costumbre de escuchar a mucha gente para finalmente hacer lo que él quería, y por otra, lo convencían más los planteamientos de los intelectuales gremialistas, educados en Estados Unidos, que los de Rodríguez. El joven abogado no sólo había comandado lo que se consideraba poco más que un grupo de choque, sino que defendía las tesis corporativistas de la España del caudillo Franco, totalmente ignorante del sólido fundamento teórico de la revolución neoliberal que se gestaba en Chicago. En 1998, con el jefe preso, los mismos que antes le negaron el paso ahora lo llamaban para apagar el fuego. E hicieron bien. Rodríguez tenía experiencia inmunizando generales. Primero lo hizo al convencer a los jueces de que el ex director de Carabineros César Mendoza no tenía conocimiento de los hechos que dieron lugar al caso Degollados (el asesinato de tres profesionales comunistas en 1985) y, luego, que su sucesor, Rodolfo Stange, tampoco tenía responsabilidad alguna. Patria y Libertad Faltaban pocos días para el alzamiento definitivo de los militares contra Salvador Allende, en 1973. Dos jóvenes esperaban en la laguna Quillelhue, cerca del paso fronterizo Tromen, en la cordillera de la IX Región, que un helicóptero los transportara a un lugar seguro. Uno era Eduardo Díaz Herrera, antiguo militante de la DC convertido a la extrema derecha luego del asesinato en 1971 del ex ministro democratacristiano Edmundo Pérez Zujovic, de quien fue secretario. El otro era el joven abogado Pablo Rodríguez Grez, prófugo de la Justicia, que se había refugiado en Ecuador dos meses antes. Rodríguez era sindicado como uno de los artífices de la revuelta militar protagonizada el 29 de junio de 1973 por el Regimiento Blindado N° 2, conocida como el “tanquetazo” y que terminó con 22 personas muertas. Ambos dirigentes se escondieron hasta el 12 de septiembre en un refugio de la FACH en Catrico, entre Temuco y Villarrica, y salieron sólo para celebrar el golpe. Al día siguiente, el grupo paramilitar decidió disolverse formalmente, y la mayoría de sus componentes se integró a los grupos de apoyo de la represión. Tres años antes, una semana después de elegido Allende, Pablo Rodríguez venció el abatimiento y decidió reunir a los más duros en el entorno del derrotado candidato Jorge Alessandri, y con los fondos que quedaban de la campaña formó con ellos el Comité Cívico Patria y Libertad, que por todos los medios trató de impedir que la coalición izquierdista de la Unidad Popular asumiera la Presidencia. La acción más publicitada en este contexto ocurrió en 1970, cuando un grupo de “nacionalistas”, instigados por Roberto Viaux, un ex general golpista, asesinó al comandante en jefe del Ejército, René Schneider. Pablo Rodríguez, el mejor alumno de la promoción 1962, asumió la defensa de Viaux, quien desde la cárcel, y más tarde desde su exilio en Paraguay, se transformó en el referente heroico de la ultraderecha. Según declaró un empleado del militar, Viaux y Rodríguez se habían reunido al menos dos veces antes del crimen. Amigos y rivales El 10 de marzo de 1971, el comité cívico de Rodríguez se convirtió en Frente Nacionalista, con una estructura paramilitar, y adoptó como símbolo una araña negra, con cierto parecido a una esvástica nazi. Se estrenó en las paredes de la ciudad con un mensaje misterioso: “Yakarta vendrá”. Sólo los destinatarios directos del mensaje comprendieron inmediatamente de qué se trataba esa presentación en sociedad, y tuvieron una idea de lo que se le venía encima a Chile: Yakarta era una alusión a la masacre de 500 mil comunistas en Indonesia, cuando el general Suharto tomó el poder en ese país asiático en 1965. Pero Rodríguez no sólo se ocupó del logotipo, sino también del himno, inspirado, según saben sus cercanos, por la lírica del poeta comunista Pablo Neruda, a quien admira como él sabe admirar: fanáticamente. Según un informe de la Comisión Church, del Senado norteamericano, los “nacionalistas” de Patria y Libertad recibieron 380 mil dólares para financiar actividades de conspiración, sabotaje y revuelta contra el Gobierno constitucional. Una de ellas fue el 16 de noviembre de 1971, cuando un grupo de estudiantes de Ingeniería de la Universidad de Chile protestó violentamente contra la visita de Fidel Castro. Fueron 60 jóvenes del FAG (Frente de Acción Gremial), una facción de Patria y Libertad en la Universidad de Chile. A la cabeza, con casco y linchaco en la mano, iba José Yuraszeck Troncoso. En los incidentes, 18 personas terminaron quemadas con ácido, algunos con heridas graves. Yuraszeck y Rodríguez tenían entonces dos cosas en común: ambos eran furibundos adversarios del Gobierno, y no pasaban inadvertidos. Pero mientras el abogado era un notable retórico, Yuraszeck se hizo conocido tanto por su agresividad como por haber reprobado Electrónica tres veces seguidas. Además de Rodríguez, entre los fundadores de FNPL estaba el abogado Jaime Guzmán Errázuriz, que compartía las tesis corporativistas del líder, pero que, con la flexibilidad que le brindaba su reconocida inteligencia, pronto comprendió que el mundo no marchaba hacia una economía militarizada. Ya enquistado Pinochet en el Gobierno, el rubio y miope Guzmán se unió a los Chicago Boys y se convirtió en el intelectual político estrella de la dictadura. Mientras Guzmán, brillante, regaloneado y escuchado, pensaba el futuro de Chile -la impronta de su visión nos persigue hasta hoy-, Rodríguez frecuentaba los sótanos donde trabajaba Manuel Contreras, el jefe de la DINA. Tal fue su deseo de agradar que, según el testimonio de la ex agente Luz Arce ante la Comisión Rettig, hasta le entregó a la DINA una propiedad suya, ubicada en Rafael Cañas 214-218. Populista En 1977 fue declarada en quiebra la financiera La Familia, administrada por los modernos gremialistas, y Rodríguez se puso del lado de los ahorristas, algunos de escasos recursos, como el carpintero José Cárdenas, que perdió el dinero ganado en la Polla Gol. Entre las acciones judiciales, el abogado Rodríguez pidió una orden de arraigo contra Jaime Guzmán. El futuro fundador de la UDI se enteró de su situación sólo en el aeropuerto, de boca de un policía. Esta humillación, sin duda condicionó aún más el acceso de Rodríguez a Pinochet. Pero siguiendo su destino circular, el abogado soportó una afrenta parecida el 3 de julio de 1987, cuando Estados Unidos le negó la visa para entrar al país. Fue castigado por informar a la revista “Cosas” en 1985 que el llamado Acuerdo Nacional Antidictatorial de ese año -en que el único marginado era el Partido Comunista- se había gestado en el Departamento de Estado norteamericano. Difícil que no tuviese rabia, porque en el contexto del acuerdo, su intento por formar un partido político oficialista, el Movimiento de Acción Nacional, finalmente colapsó cuando uno de sus dirigentes, su ex camarada en Patria y Libertad Federico Willoughby se marginó del oficialismo. “Yo creo que a Pablo, Patria y Libertad se le fue de las manos”, dice a LND un viejo abogado que lo conoce bien. Aunque no se arrepiente, avalando el terrorismo de ultraderecha se ganó una marca negra como la araña que lo identificaba. A tal punto que en 1997, cuando su nombre fue propuesto para decano de Derecho en la Universidad de Chile, un grupo de estudiantes se tomó la escuela y Rodríguez tuvo que renunciar a 35 años de trabajo, en muchos de los cuales fue elegido mejor profesor. Ahora es decano de una Facultad de Derecho, sí, pero de la Universidad del Desarrollo, vinculada a sus antiguos adversarios gremialistas de la UDI. El Quijote “Sus hombres de confianza son puros traidores, se lo dije muchas veces; mientras los empresarios y los gremialistas se dedicaban a enriquecerse, nosotros hicimos el trabajo duro y nunca recibimos nada y tampoco lo pedimos, y sin embargo aquí estamos: como siempre, con total lealtad”. Esta recriminación, reproducida en el libro “Los hijos de Pinochet”, de Víctor Osorio e Iván Cabezas, se la habría hecho Rodríguez directamente a Pinochet después de la derrota en el plebiscito de 1988. Sobre la marcha, le propuso al general que fuese candidato, pero la idea no prosperó. En cambio, todos los grupos “nacionalistas” -como Avanzada Nacional, del agente de la DINA Álvaro Corbalán, y el Partido del Sur, de Eduardo Díaz (su compañero de helicóptero en 1973)- formaron el Frente Nacional y Popular que levantó la candidatura presidencial, ¿de quién? De Pablo Rodríguez. Fue música para sus oídos, aunque fugaz. El abogado se entusiasmó y prometió llegar hasta el final. Pero, como siempre, el oficialismo le quitó el apoyo para dárselo a uno de más alcurnia, el ex ministro de Hacienda Hernán Büchi, en tanto que sus pocos adherentes se fueron con el empresario Francisco Javier Errázuriz. Allí acabaron los sueños políticos del abogado, que resolvió dedicar sus energías, hasta hoy, a la abogacía. Como en el caso de Guzmán, Rodríguez calla, pero ni perdona ni olvida. Tendría una sutil venganza en 1994, cuando José Said lo contrató para defender sus intereses en el banco BHIF contra Errázuriz, quien finalmente fue desaforado y abandonó el Senado. En una entrevista a mediados de los ’90, Pablo Rodríguez afirmó que se sentía “como un Quijote, cuando el mundo es para los Sancho Panza”. La imagen es todo Cuando en 1998 contestó el llamado desesperado de la Fundación Pinochet, dijo que no era la persona indicada: no hablaba inglés y menos conocía el sistema legal británico. Recomendó, en cambio, al ex canciller Hernán Felipe Errázuriz y a su camarada del movimiento Patria y Libertad Miguel Alex Schweitzer. Sin embargo, pese a los desaires, lo que quedaba del humilde muchacho del Barros Arana sintió tal vez el llamado íntimo de acudir en ayuda de la persona más admirada en su vida, después de su padre. Era también una oportunidad. El momento de ponerse el traje de campaña y convertirse en lo que es hoy, contra todo sentido común: el último hombre de pie al lado de Pinochet. Todos los grandes episodios de la vida de Rodríguez parecen haberse gestado a partir de situaciones límite. Cuando, tras complejas negociaciones, Gran Bretaña decidió devolver a Pinochet, comenzó la batalla por liberarlo del brazo judicial chileno. Rodríguez sabía que la batalla no era acerca de culpas o inocencias, sobre las cuales nadie realmente tenía dudas, sino evitar que al ex dictador se le despojara de la armadura que se autoasignó: el fuero como senador vitalicio. “El desafuero sería como asumir que pudo ser culpable y significaría manchar su figura ante la historia”, dijo en 2000, cuando el proceso por la Caravana de la Muerte estaba en la Suprema. Ni se imaginaba entonces que en la historia de su héroe-padre, a la sangre se agregaría el fraude, bajo el nombre de Riggs, como mancha indeleble. Mientras salen a la luz los millones de dólares que ningún empleado público podría justificar, Rodríguez afirma que el pobre general deberá recurrir a la caridad para salir del arresto domiciliario impuesto por el juez Juan Guzmán en 2004. También afirma que Pinochet se vio obligado a evadir impuestos para huir de las persecuciones despiadadas de sus enemigos. La oratoria que no deja dormir Pablo Rodríguez toma un camino de tres estaciones cuando decide enfrentar un proceso: estudiar, razonar y explicar. En las tres etapas es reconocido como brillante. “Debe ser el mejor abogado de Chile en los últimos 50 años, después de Arturo Alessandri Rodríguez, aunque yo nunca he compartido su posición política”, dice Darío Calderón, integrante del equipo que defiende a los ex ejecutivos de Enersis. Como profesor, “sus clases eran muy entretenidas, sobre todo la de cierre, donde iban alumnos de otros cursos”, agrega. Otro colega dice que como litigante es de los pocos que logra “mantener despiertos a los ministros de la Suprema, haciendo gala de gran histrionismo, sobre todo en las inflexiones de su voz, y de mucha precisión y vehemencia cuando expone sus argumentos”. Pero Hugo Gutiérrez, contraparte de Rodríguez en los procesos contra Pinochet, no le da tregua: “La verdad es que en los alegatos no fue descollante, siempre alegaba lo mismo y si convenció a algunos ministros, como Alfredo Pfeiffer o Cornelio Villarroel, fue por razones ideológicas”. Pero, coincidencias o no, fue Villarroel el blanco de la estrategia de Rodríguez en el juicio contra los ex ejecutivos de Enersis (caso Yuraszeck). Este ministro de la Corte redactó apenas 50 de las 1.576 líneas de texto de la sentencia que multa (ver recuadro). Las otras 1.526 son la transcripción de un escrito presentado por la Superintendencia de Valores y Seguros. Para Pablo Rodríguez, este acto de vulgar pereza era tan grave como para anular el fallo. Para la Corte, en cambio, amerita al juez una amonestación privada. Rodríguez, en consecuencia, perdió. Nunca pierde La clave de un abogado litigante es relativizar sus derrotas, de manera que la culpa esté siempre en otro lado. Actualmente, Rodríguez parece convencido que la dictadura continúa, pero ahora en su contra. Como los abogados integrantes de la Corte son nombrados por el Gobierno, “al que se disguste con el Gobierno se le acaba la carrera”, dijo en entrevista reciente con la revista “Capital”. Así justifica sus derrotas recientes. Así, y con los otros villanos, los medios de comunicación, corresponsables, según él, de la crisis en la justicia chilena. “Los jueces están presionados por los medios y buscan la manera de congraciarse con la ciudadanía y el poder político. Quienes han aplicado la ley han sido atacados, como el ministro Pfeiffer, que estoy seguro no llegará a la Suprema”, dijo a “Capital”. Pero en otro momento, el abogado no tenía tanto problema con los medios de comunicación. Al contrario, se atrincheró allí para disparar. Gracias a su amistad con la familia Picó Cañas, ex propietaria de “La Tercera”, publicó más de 500 columnas en ese diario y en los años 90 usó un espacio regular en “El Mercurio” para exponer sus tesis de judicatura, muchas veces en alusión al caso Pinochet. En 1998, Rodríguez representó a la empresa neozelandesa Carter-Holt en un juicio contra su socio, el chileno Anacleto Angelini, en Inversiones Los Andes, controladora de Copec. Angelini intentó entonces desplazar a Carter-Holt, cuando ésta pasó a manos de la corporación norteamericana International Paper, competidora de Angelini en el negocio de la celulosa. A su vez, Carter-Holt quería participar en la administración de Copec. En el juicio se falló salomónicamente que los neozelandeses seguirían en Los Andes pero que no entrarían a la administración. Rodríguez se enfureció cuando Carter-Holt resolvió aceptar el fallo, que para el abogado fue “tremendamente errado y contradictorio”, y se retiró del equipo jurídico. Así, perdió un juicio gigantesco, pero se retiró como un hombre de principios. Quien contrate los servicios de Pablo Rodríguez -que durante años trabajó solo y desde fines de los ’80 incorporó a su bufete a Hugo Rosende y a Pedro Pablo Vergara- puede tener la certeza de que hará literalmente todo lo posible por ganar. “No es de los más caros, como el estudio corporativo de (Jorge) Carey. Cobra sus honorarios según el juicio”, cuenta Darío Calderón. Nadie sabe si se arrepiente ahora, conocido lo del Banco Riggs, de trabajar gratis para Pinochet. Para muchos, Rodríguez es bueno porque aparece con soluciones, aunque a veces son descabelladas. La noche de 1989 en que Patricio Aylwin ganó las elecciones presidenciales, “Pinochet convocó a una reunión urgente en La Moneda. Entre los asistentes estaba Pablo Rodríguez, quien -relata a LND un ex simpatizante de Patria y Libertad-, en su estilo teatral, le apuntó una máquina de escribir a Pinochet y le dijo: ‘Con esa máquina puedo redactar un escrito en virtud del cual queda legalmente nula la elección de ese señor’”. Pinochet lo miró en silencio, tal vez pensando que un computador sería más rápido, pero no siguió su consejo. Como los futbolistas argentinos, Rodríguez no da nunca una pelota por perdida. Por eso, los ex gestores del “negocio del siglo” en Enersis tendrán razones para creerle cuando les dé nuevas esperanzas. De momento, la multa de 150 millones de dólares amenaza con llegar esta semana. LND El cortocircuito de las Chispas En julio de 2004, la Corte de Apelaciones condenó a José Yuraszeck, Marcos Zylberberg, Arsenio Molina, Eduardo Gardella, Marcelo Brito y el fallecido Luis F. Mackenna, los “gestores clave” de Enersis, a pagar una multa de 2,22 millones de UF, más impuestos e intereses (aproximadamente 150 millones de dólares). El 7 de julio de este año, la Corte Suprema ratificó el fallo. En 1997, José Yuraszeck era gerente general de Enersis, por ese entonces el holding eléctrico más grande de América Latina. Junto a otros cinco ejecutivos negoció la venta a Endesa-España -mediante una alianza estratégica- de las sociedades Chispas 1 y 2, y Los Almendros, cuyo principal activo era la propiedad de 30% de las acciones de la compañía. Las sociedades Chispas estaban estructuradas por una serie de acciones clase B, que pertenecían a los “gestores clave” ahora condenados, que, sin bien sólo eran dueños de 0,06% del capital, ejercían el control de la administración, puesto que elegían a cinco de los nueve miembros del directorio. Otra serie de acciones, clase A, representaban 99,94% del capital, que sólo designaban a los cuatro restantes. En esta lógica, quien tomara el control de las sociedades Chispas haría lo mismo con el holding. Tras el acuerdo, Endesa ofreció comprar las acciones serie A (accionistas minoritarios, empleados o ex empleados de Enersis) premiándolas con un 20% sobre el precio de la acción en el mercado. Los accionistas de la serie B, según el acuerdo, recibirían un tercio del precio total de la operación (1.500 millones de dólares), pese a contar con apenas 0,06% de la propiedad. Subdirector responsable Rodrigo de Castro Representante legal Francisco Feres Nazarala Editora María Paz Moya Empresa Periodística La Nación Agustinas 1269 Casilla 81-D Santiago Teléfono: 787 01 00 Fax: 698 10 59 © Empresa Periodistica La Nación S.A. 2005 Registro 136.898 Se prohibe toda reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio Sitio optimizado para verse en resolución mínima de 800x600. Browsers recomendados: IE5 y Netscape. 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