Cursó Humanidades en el Liceo Lastarria y en el Instituto de Educación Secundaria. Más tarde estudió Filosofía en la Universidad de Chile. Es una de las figuras representativas de la llamada generación del 50 en Chile, de la cual fue su creador, primero, y divulgador, después. Su novela Palomita Blanca (1971) ha alcanzado en Chile una venta que sobrepasa ya el millón de ejemplares, constituyéndose en el best seller absoluto de este país. Traducida a diversos idiomas, y con una versión cinematográfica dirigida por Raúl Ruiz, refleja la atmósfera social y política de los comienzos del allendismo. Ha publicado dos demoledoras novelas de sátira política. La primera, "La Fiesta del Rey Acab" (1959), contra el régimen de Trujillo en Santo Domingo. La segunda, "El Gran Taimado" (1984), corrosiva y valiente sátira en contra del régimen de Pinochet. A raíz de la publicación de esta obra debió asilarse por un tiempo en Buenos Aires. Lafourcade ha obtenido diversos premios literarios, destacando el Municipal de Novela (en dos oportunidades), el Gabriela Mistral, el María Luisa Bombal. Sus últimas novelas, "Mano Bendita" y "Cristianas Viejas y Limpias", han sido finalistas del Premio Internacional de Novela Planeta en los años 1992 y 1997, respectivamente. Profesor visitante en los Estados Unidos desde 1960, ha dictado clases en la Universidad de California, de Los Angeles; Davis, y Berkeley; en la Universidad de Utah, en Salt Lake City; en la Universidad de New Mexico, en Albuquerque; en la Universidades de Columbia, en Nueva York; en la Universidad de Illinois, en Urbana; en la de Puerto Rico, en San Juan. Ha sido profesor en diversas universidades chilenas, periodista, director de talleres literarios y comentarista de televisión. Es uno de los escritores más fecundos, polémicos e influyentes de Chile. Su crónica en la edición dominical del diario El Mercurio lo exhibe semana a semana en su estilo mordaz y crítico;sus artículos han repercutido internacionalmente, suscitando las iras de dictadores y presidentes. Enrique Lafourcade se ha descrito como un anarquista sentimental y un católico en estado salvaje. El escritor Enrique Lafourcade se a ganado un espacio en la literatura chilena, mostrando su fantásticas novelas, tergiversado la realidad de una forma tan absurda que el lector queda fascinado al leer cada historia que ha salido de la imaginación de este gran chileno. Mi opinión es simple, yo creo que Enrique Lafourcade debería ganar el premio Nacional de la literatura, ya que el tiene la calidad y esa facilidad para hacer que el lector no se despegue del libro, es lo que necesita cada escritor para que sus libros, novelas e incluso poesías, sean exitosas. Pero eso no lo tienen todos los escritores, una manera de premiar a los escritores que poseen este fabuloso don es leyendo, apreciando sus obras o bien otorgándoles premios los cuales perduraran para siempre en su historial. Enrique demostró tener esta chispa, una chispa muy potente y una de las maneras de demostrarle que si la tiene, es otorgándole este premio bien merecido. Logró cautivar a miles de personas a lo largo de su carrera ya sea en Chile como en otros países, y espero que sus obras perduren a lo largo del tiempo, es lo mínimo que merecen estas grandes novelas. Novelas: Pena de Muerte, 1952. Para Subir al Cielo, 1959. La Fiesta del Rey Acab, 1959. El Príncipe y las Ovejas, 1961. Invención a Dos Voces, 1963. Novela de Navidad, 1965. Pronombres Personales, 1967. Frecuencia Modulada, 1968. Palomita Blanca, 1971. En el Fondo, 1973. Salvador Allende, 1973. Variaciones sobre el Tema de Nastasia Filíppovna y el Príncipe Mishkin, 1974. Tres Terroristas, 1976. Buddha y los Chocolates Envenenados, 1978. Adiós al Führer, 1982 (Español). Farewell to the Führer (English). El Gran Taimado, 1984. Los Hijos del Arco Iris, 1985. Las Señales van hacia el Sur, 1988. Pepita de Oro, 1989. Hoy Está Sólo mi Corazón, 1990. Mano Bendita, 1993. Cristianas Viejas y Limpias, 1997. Otro Baile en París, 2000 (Español). Otro Baile en París, 2000 (English). -------------------------------------------------- Qué hombre más decidido en su tiempo!, ¡qué olvido de él ahora!, ¡qué valiente en su lucidez!, ¡qué polémico en sus días!: Lafourcade, ahora casi olvidado y que no recuerda él mismo parte de su historia, es un gran escritor y digno de todos los reconocimientos y, por cierto, del Premio Nacional de Literatura. Compartir Twittear Compartir Compartir Imprimir Enviar por mail Rectificar Mi amigo el poeta Rodrigo Verdugo –un poeta verdadero que quedará en la historia de la poesía chilena– me ha recordado que Enrique Lafourcade cumplió 90 años, en su retiro de Coquimbo. Hace mucho tiempo que no sé de este (lo seguí por mucho tiempo en sus crónicas dominicales de “El Mercurio”), salvo que vive en Coquimbo con su mujer y sus olvidos. Pero es bueno recordarlo. Hace muchos años escribí un artículo en un diario de San Antonio, "El Líder”, escribiendo que creía que Lafourcade era merecedor del Premio Nacional de Literatura. No hubo eco alguno. Es posible que tampoco ahora, pero él es un escritor que lo merece. Durante muchos años animó la vida intelectual chilena, como escritor, como crítico, como “tábano” socrático, interpelándonos siempre. Un día se retiró con su mujer a Coquimbo o sus alrededores, prefiriendo el “alejamiento del mundanal ruido”, sin decir nada más, seguramente influido por sus maestros, Luis Oyarzún, Roberto Humeres y quién sabe si su amigo –del que mucho escribió– el poeta Eduardo Molina Ventura, del cual sabemos más por el mito que por lo que él contó de sí. Hay gente que necesita hablar de sí misma, pero están también aquellos de los que otros hablarán. Son los que me apasionan. Conocí a Enrique Lafourcade cuando yo era un joven que llegaba a estudiar a la capital –a conocer gente que nunca he olvidado, Teresa Calderón, Mercedes Echenique, Cristián Rosemary, Ángel Cossio y otros que saben que están presentes en estas líneas o mi recuerdo–. Estuve alguna vez en su casa, creo que en Pedro de Valdivia Norte –y si me equivoco, importa poco–, fuimos con mi viejo maestro Roberto Humeres; otra vez, con Jorge Teillier estuvimos en la casa del poeta Fernando de la Lastra en la costa, no recuerdo exactamente dónde, pero sí el mar, esa vista hacia todo el mar, en los faldeos de una colina que permitía encontrarse con el mar profundo y cotidiano, el mismo que vio Neruda; otra vez en casa de la pintora y escultora Cristina Wenke, la compañera del poeta Jorge Teillier, y este convaleciente de alguna crisis de salud y allí llegó Enrique Lafourcade, a acompañar a su amigo el poeta, en San Pascual 355, u otro número. Es lo que recuerdo. Una vez más en la Plaza Mulato Gil de Castro, cuando con Fernando Balmaceda habíamos ido a buscar a Eduardo Molina de su retiro en un campamento donde vivía con quienes lo habían recibido –el campamento Juan Francisco Fresno, donde fue acogido ese histórico de la poesía chilena, el poeta Molina, que ese día, seguramente en el lanzamiento de algún libro de Lafourcade, asistió a ese mundo que ya no era el suyo–; otro día, ya lejos del tiempo que narro, en un lanzamiento de un libro en San Antonio. Otro día dejé de saber de él. Otra vez en el funeral de Molina en el Cementerio General, allí atrás, como si quisiera pasar inadvertido, mientras sepultaban, en una sepultura familiar –Lavín-Ventura–, al poeta Molina, donde quizás pocos lo han visitado. Allí estaba Lafourcade entre las tumbas de las cercanías, silencioso, meditabundo, solitario. Molina había sido un amigo e inspirador de artículos e, incluso, de una novela. Un día cualquiera dejé de saber de él, Teillier ya había muerto, Roberto Humeres mucho antes y otros amigos, hasta que un día supe que se había retirado con Alzheimer a Coquimbo. Pasó el tiempo, y me entero de que cumple 90 años. Retirado de todo este autor que escribió un clásico de la literatura chilena, “Palomita Blanca”, y otras obras, entre ellas “Mano Bendita”, libro del cual alguna vez escribí un artículo en el diario mencionado anteriormente. ¡Qué hombre más decidido en su tiempo!, ¡qué olvido de él ahora!, ¡qué valiente en su lucidez!, ¡qué polémico en sus días!: Lafourcade, ahora casi olvidado y que no recuerda él mismo parte de su historia, es un gran escritor y digno de todos los reconocimientos y, por cierto, del Premio Nacional de Literatura, aun cuando ya pudiera ser solo algo simbólico. De seguro que me apoyarían notables hombres de las letras e intelectualidad chilenas de la Generación del 50, enormes en sus sueños y en su retiro eterno: Roberto Humeres, Luis Oyarzún, Eduardo Molina, Jorge Teillier, y otros que conocieron a este “tábano”, a este escritor chileno refugiado en el olvido y el desprendimiento propio de los grandes espíritus. José Miguel Ruiz (1956). Es profesor de Castellano, titulado en la P. Universidad Católica de Chile, autor de artículos en diversos medios. Autor de "El balde en el pozo" (Ed. El Placista, 1994),"Jorge Teillier, poeta de la lluvia" (breve antología, Ed. Platero, 1996), y el libro de relatos poético-infantiles "Cuentos de Paula y Carolina", con ilustraciones de Diego Artigas San Carlos (Ed. Platero, 1997; reeditado por Ed. Forja, 2011), entre otros títulos. ------------------------------------------------------------- Por Andrea Zenteno Varas el Dom, 24/02/2013 - 09:45 Quien es recordado por su soberbia obra “Palomita Blanca” y su capacidad de encarar sin tapujos a la televisión chilena, decidió vivir sus últimos días en la comuna puerto, refugio donde vive silencioso y tranquilo, leyendo, aunque olvidando de a poco muchos detalles del pasado. Una figura que a sus 85 años sigue gozando del respeto de muchos, pese a su carácter Poco se ha sabido del escritor, dramaturgo y crítico de televisión Enrique Lafourcade. Y claro, hace años que su figura no es parte de las portadas, o de los comentarios de los noticieros centrales, y su obra, muy prolífica, se ha frenado. Nos encontramos con una columna de Antonio Gil en “Las Últimas Noticias”, titulada “Enrique Lafourcade: memoria viva”, donde recuerda que este literato se encuentra viviendo en Coquimbo, específicamente en el balneario de La Herradura. “Nadie se ha dado siquiera el trabajo de preguntar por él, pese a lo prolífico de su obra y lo controversial de su carácter, lo atrabiliario de sus posiciones políticas, amén del aporte innegable hecho a nuestras letras (…) Lee poesía, pasea por la orilla del mar y va olvidando, olvidando, olvidando, mientras los chilenos nos olvidamos de él”, es parte del extracto de esta opinión que nos sirvió de acercamiento. Lo cierto es que vive en Coquimbo, pero ya no en La Herradura, si no que en el sector de Peñuelas, en una casa acomodada donde es cuidado cariñosamente por su pareja, la pintora Rosanna Pizarro. ¿Qué hace, como vive y cuál es la realidad precisa de Lafourcade en febrero de 2013? Lo cierto es que hasta hace poco más de un año, aunque ya mucho más lento y cansado, gustaba de participar de conversaciones, tertulias y debates acalorados con gente vinculada a la literatura regional. Incluso, más de alguna vez se trasladó en taxis, bajo la mirada curiosa de personas que lo reconocían, pero que no se atrevían a saludarlo. Sin embargo, este panorama varió en los últimos meses. “Muchas veces he intentado ir a visitarlo, pero Rosanna (Pizarro) nos ha dicho que mejor no vayamos, porque difícilmente nos reconocerá”, es lo que nos comentó el presidente de la Sociedad de Acción y Creaciones Literarias de la Región de Coquimbo, Arturo Volantines, que por cierto fue muy respetuoso de esta sugerencia y la acató con disciplina. Este contexto nos empujó a conocer mucho más del carácter de Lafourcade, autor de libros tan afamados como “Palomita Blanca” y “La fiesta del rey Acab”, que forman parte de sus casi 50 trabajos. Y es precisamente “Palomita Blanca”, de 1971, el que más marcó al escritor y a sus lectores, hecho que señaló en entrevista con El Día, publicada el 2 de febrero de 1996. “No hay otro libro que haya alcanzado las cifras de venta de éste, ya que todos los años las personas adquieren entre 50 a 60 mil ejemplares en una edición popular que publica Zigzag, y es leído por los alumnos de los colegios, por lo que existe un lector cautivo”, aseveró en ese entonces, con ocasión de la Feria del Libro de La Serena. Cabe recordar que este libro además inspiró la película del mismo nombre, dirigida por Raúl Ruiz en 1973, y cuya banda sonora la proporcionaron “Los Jaivas”, la misma que, a raíz del golpe militar, vio la luz pública en 1992. Un transgresor Claramente, su presencia en la literatura fue trascendente, al igual que en medios escritos, sobre todo por ácidas columnas de opinión en El Mercurio. Fue, sin lugar a dudas, un crítico de la sociedad completa, un personaje gravitante y quizás el primer opinólogo de nuestros tiempos, faceta que desplegó con rudeza. “Era un crítico de la sociedad completa. Su presencia en el noticiero central de Televisión Nacional (60 minutos) en una época difícil y en plena dictadura fue importante. También fue un crítico fuerte del Festival de Viña y la Teletón, lo que sin lugar a dudas fue algo muy valiente”, aseguró el animador de radio y televisión, Leo Caprile, que tuvo una importante relación con Lafourcade a mediados de los ’90, por su presencia en el espacio de entretención “¿Cuánto vale el show?”, donde Lafourcade jugaba un poco el rol de “malo”. “Era un tipo arrojado y valiente, no le tenía miedo a nadie ni a nada”, agregó Caprile. Y claro, no deja de ser muy cierto, porque tuvo el arrojo de discutir, en los primeros años de la Teletón, liderada por Don Francisco, la forma en que esta campaña hacía beneficiencia, “masificando en pantalla la desgracia ajena” y discutiendo la forma en que se administraban los dineros reunidos, hecho que para muchos le valió el estar por años postergado de la pantalla chica. A mediados de los ’90, Lafourcade tiene la mala fortuna de que uno de sus hijos (Octavio) sufre un accidente en España y perdió una de sus extremidades, por lo que la institución resolvió ofrecer servicios gratuitos para la rehabilitación del joven. En ese momento, aunque no aceptaron finalmente la atención, y luego de conocer también más a fondo la labor de Teletón, ve cambiar en gran parte su opinión e incluso pondera positivamente el trabajo de Kreutzberger y su equipo. En “¿Cuánto vale el show?”, Caprile recordó que “aunque Enrique aparentemente era una roca, le hacían mucha gracia las tonteras. El jugaba a ser el hombre sincero, que criticaba a los artistas sin pelos en la lengua, a diferencia de una Marcela Osorio, que todo lo encontraba lindo, o un Italo Passalacqua que ponía el lado crítico y Erick Pohlhammer, que era más crítico”. Pero también el escritor buscaba que los participantes de este programa de concursos mejoraran cultural e intelectualmente, por lo que continuamente regalaba libros de su autoría y de otros. En la conversación que sostuvo Lafourcade con El Día, en febrero del ’96, se refería a este importante alimento para la mente tan olvidado por los chilenos. “Sí, somos flojos para leer, puesto que existe gente que no lee ni los diarios. Lo primero que debe poseer una persona es información. A partir de ésta, empieza a tener ideas y con ellas se forma un pensamiento, se crean valores y se instala en la sociedad un hombre con todos sus poderes”. Sin embargo, Leo Caprile sostiene que Lafourcade era un “caballero por naturaleza”, un “gentleman”. Entre otras cosas, un amante de la buena mesa, de la buena música, pese a su severidad tan característica y que en este programa se traslucía a cabalidad. “Aunque no somos compadres ni mucho menos, tengo los mejores recuerdos de él”, agregó el conductor, que a diferencia de muchos que apuestan por una especie de sentimiento de “lástima” por la soledad que acompaña al crítico a sus 85 años, cree que es algo que el propio escritor buscó. “Por como conocí a Enrique, creo que ni la televisión ni los medios lo volvieron loco, y aunque fue siempre crítico, se dio el lujo de participar de ella y en cuanto a su vida, por supuesto pudo disfrutar de todo aquello que le hacía sentir bien. Creo que nunca buscó trascendencia, lo que él quería realmente eran sus libros, su lugar, su espacio”, agregó el animador. Desde la perspectiva de Caprile, estos últimos años en Coquimbo son para Lafourcade “una manera justa de buscar el descanso, porque para Enrique lo importante son los sabores, un buen libro y una buena sinfonía”, sostuvo. Esto, sin duda, recuerda y conforma un símil respecto del fotógrafo Sergio Larraín, fallecido hace poco más de un año, quien también escogió a la Región de Coquimbo, específicamente a la ciudad de Ovalle, como su refugio final, el lugar del descanso del guerrero. Y para Lafourcade, su principal batalla siempre fueron las ideas, las que esgrimió como bandera de lucha durante toda su vida.